CRÓNICA-TALDE
HARTZA
HONDARTZAN
Han pasado ya unos días y las resacas propias y ajenas se han ido
diluyendo: resacas de vino de calidad cuestionable y de kalimotxos
compartidos, de jugos de cebada y, también, ¿por qué no?, de gin -
tonics arrebatados en una barra que ya cerraba (dicen que dicen que hay
testigos, pero la autora del hecho solo se limita a reír). Pero la
resaca no solo es alcohólica, ya que una de sus definiciones también
habla de un “…período de adaptación a la normalidad después de un
acontecimiento o situación especiales…”, y claro que la Semana Vasca es
un acontecimiento y una situación especiales. Desde hace años sabemos
que el formato se repite con pocas variantes y que ya sabemos de antemano los horarios con que nos vamos a manejar, pero así y todo, nunca hay una SNV igual a la otra.
Oficialmente esta comenzó el viernes muy temprano, cuando llegamos con
un sol que apenas salía, y tan temprano era que ni había quien nos
recibiera. De repente unos rezagados, últimos participantes de una
romería de la que aún no éramos parte: ellos tan con un vaso de vino en
la mano; nosotros tan esperando el café con medialunas. Pero no, tal vez
la del 2016 comenzó antes, cuando el minibús partió y ya sentados en el
orden que Dios y el inconsciente determinan, partimos hacia
Necochea con un ¡por fin! en el pensamiento y una sonrisa de oreja a
oreja, porque lo que nos parecía tan lejano ahora nos sabía a triunfo.
O mejor aún, la Semana Vasca había comenzado mucho antes, en cada
ensayo, en el momento de comprar materiales, en cada vez que nos
medíamos los trajes, en las veces que cocinamos para juntar algo de
dinero,… y es que esta SNV que pasó no fue decididamente una más.
Hubo temores, vértigos, dudas, alguna lágrima traicionera, besos
anhelados, besos que se dieron y otros que no, palabras que se esperaban
y no fueron dichas, teléfonos dados y teléfonos recibidos,…
No vale la pena hacer un racconto de los hechos malos (por así
llamarlos), porque cada uno los conoce con mayor o menos detalle; aunque
claro, tampoco todo eso nos pasó por el costado: nos produjo
frustraciones, replanteos, alguna lágrima, bastantes broncas y muchas
charlas. Pero al mismo tiempo también nos pasaron cosas tremendamente
buenas, como fortalecernos como grupo, como saber que podemos
organizar algo sin ayudas que parecían inamovibles, como poder juntar el
dinero sin histerias y sin historias,… también lamentamos algunas
ausencias, agradecimos internamente (o no tanto) otras y más que nada
festejamos nuestras presencias.
Y si de presencias se trata, hubo algunas que revolucionaron durante
algunos días el acontecer de nuestro grupo, que en la ronda del baile
nos hicieron olvidar por un rato de los problemas y nos hicieron sentir parte de algo más antiguo y más profundo que solo la música y la danza pueden transmitir:
…erdizka, ezker, esküin, ebats,.. pero no es cuestión de idealizar
tanto, dantzaris o no, a fin de cuentas somos personas de carne y hueso,
y sí nuestros pies y nuestras mentes se revolucionaron por el sonido de
la txirula, en otros también se produjeron otras revoluciones, otras
ebulliciones más humanas, que más solapadas o más evidentes, se veían en
miradas furtivas, en sonrisas plenas, en actitudes corporales, en un
“yo me siento acá”, lo que en buen cristiano podríamos traducirlo como
un “si te agarro te parto como a un queso”.
Y como todos sabemos y sabremos por los siglos de los siglos amén en
este orden establecido del folklore semanovasquista, no hay SNV que se
precie como tal sin romería. Explicar a alguien ajeno a este mundillo qué es una romería no siempre es fácil.
El término en sí tiene ese olor a naftalina de las cosas guardadas en
un cajón del ropero de la abuela, pero a cualquiera que haya ido al
menos a dos Semanas Vascas, la palabra le trae otras imágenes: remeras
manchadas de vino, grupos que se hacen vasos especiales para el
kalimotxo, coreografías improvisadas (seguramente me perdí de algo,
¿hubo taxis este año?), “meneaítos” masivos, tomadores de vino en bota
(hace unos años, tuvimos nuestra propia originalidad cuando la hoy tan
madre tomaba vino con el ojo). También en esto, la de Necochea fue una
Semana Vasca diferente, porque además de la ya conocida romería onda
boliche, existió la posibilidad de disfrutar de algo más auténtico y
no por eso más aburrido: …erdizka, sotez, dobla, pika eskuin, erdizka
eta hiru, ebats, luze eta ebats, kontrapasa, zeina, ezker-hiru,
eskuin-hiru, ezker airean, ebats eta hiru,… que fue un momento más que
divertido se evidencia no solo en la alegría de nuestras Patxi & Konpania fans,
sino también en la enorme cantidad de gente que se acercaba el viernes a
participar de la ronda y mucho más cuando el sábado, ya sabiendo lo que
vendría, se agolpaba a la espera de que la música empezara a sonar.
Luego, consciente o inconscientemente, un enjambre de remeras grises eclipsaba el centro de la ronda, sintiéndose (espero no exagerar) un poquito locales junto a los músicos.
Para nosotros también bailar ese sábado a la noche en la ronda de
jautziak fue también muy liberador (¿catártico?), casi como un festejo
en homenaje a nuestro querido hartza. Habíamos llegado seguros para
bailar en la velada. El ensayo del viernes en ese ámbito de árboles
inmensos nos había hecho aumentar la confianza, pero llegado el momento
de la actuación todos estábamos nerviosos. No puedo asegurar que les
haya pasado a todos, pero fue inevitable sentir esas ganas inmediatas de
cagar que da el miedo. Faltaba además una pieza del engranaje, y
fue un mirar relojes y preguntar la hora hasta último momento, y
sentíamos que no sería lo mismo pero había que hacerlo. Nuestro hartza
nos daba un último dolor de cabeza pero finalmente también nos regaló
uno de los mejores momentos de Ekin Dantzari Taldea, cuando pudimos
mirarnos y felicitarnos y reírnos porque todo había salido como lo
anhelábamos. Fue uno de esos momentos en que se renuevan las ganas y el
compromiso de dejar por un momento los apuntes, las planificaciones, las
traducciones, los planos, los seguros y los asegurados, los
estetoscopios, los libros, las obligaciones, las dudas y las certezas, y
ser simplemente dantzaris, una palabra que dice tanto con tan poco.
En esta época de imágenes instantáneas, de fotos y videos que se suben y
se comparten en whattsappes, en instagrames, en facebookes, en
twitteres y en otras redes de las que me resulta difícil recordar los
nombres (soy de otra generación), hay algunas que se grabaron más que
otras en nuestras retinas y en nuestras memorias: la de un dantzari
ekiniano bailando vaso en mano el día de su cumpleaños sobre una tarima; la de otra ekiniana, a quien el amanecer la encontró de fiesta, sacando un habano
de alguna parte de su anatomía; tres a quienes no les bastó la fiesta y
dieron un paseo matutino por la playa (algunos personajes se repiten en
más de una situación); un sukaldari (con título) guiando los pasos de
la cumbia romeril;… sepan disculpar si hay imágenes que esperaban
encontrar retratadas y no aparecen. Es que con el tiempo se va
resignando un kalimotxo menos por un rato más de sueño y no se puede ser
testigo directo de todo lo que sucede. La Semana Vasca podrá ser
parecida a lo largo de los años, pero nosotros nunca somos los mismos y
con los años se empiezan a disfrutar otras cosas como estar más lúcido en la mañana o estar más pila para los bailes de plaza
(algo que no crea sientan aún los benditos abanderados; y sin embargo,
allí estaban, estoicos y estáticos, representándonos con gran
¿orgullo?).
Muchas imágenes quedan, entonces, de este evento tan esperado. Muchas
mentales, pero también gráficas. Hay, sin embargo, una que se destaca
del resto, aunque tal vez no es la mejor. En ella se ve un día claro, de
un sol pleno que ilumina una playa extensa de arena dorada. Bien
mirada, la imagen tiene ese dejo de libertad y melancolía que da el mar.
Se ve allí, un poco alejado, a un grupo que con los brazos alzados está
bailando. Van dejando, con cada paso, las huellas de los pasos. Pese al
sol, no es un día totalmente cálido… podemos verlo en los abrigos y es
los cabellos que, como los pies, están en movimiento. La foto es
espontanea, como lo es ese momento. Así es Ekin Dantzari Taldea: había
tiempo, había música, había ganas. No se hable más, hay baile.
Por SEBASTIAN AMAYA
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