Crónica-TALDE
MAAAAA-CAAAAAAA-
...
CHÍN

Una llegada demorada. Algo que aprendimos en este viaje, entre tantas
otras cosas, es que para llegar a Macachín “hay que doblar después de
Catriló”, nos quedamos dormidos con tanto mate, torta y vamos a decirlo,
después de jugar con un globo. Ante el comentario a los conductores
“¡nos dormimos, nos pasamos!” la respuesta fue “nosotros también
cabeceamos un poco…”

Vivimos 3 días en 2 casas, una fue tildada de hippie según algún
registro fotográfico que lo argumenta, sobre la otra nos contaron que
era la casa de Gran Hermano aunque nunca encontramos el canal GHmacachín
(aguardamos una crónica farandulera).
El almuerzo del viernes, unas buenas milanesas (¡este año se podía
repetir!). En la casa hippie hubo siesta al sol, también instrucciones
para un baño algo trasgresor, pero las caras de sorpresa fueron muchas y
no dudamos en el tradicional: agua y jabón.

Más tarde el chupinazo con abanderados en tiempo y forma; una buena
cena, Maral-eando el sonido (se advierte resaca); Ekin Dantzari todo en
la romería, letras desconocidas para muchos (agradecemos los mayores los
paseos en taxi a pesar de eso). La espuela, el regreso a la casa, un
"bocadillo" en la cocina para el akelarre y a dormir.

El sábado al mediodía un desayuno esperado: mate y chorizo seco, aunque
el cinzano en ese momento se hizo desear. Después del almuerzo un ensayo
en el escenario (esperamos que se repita, al igual que la doble ración
de milanesas en futuras semanas vacas).
Otro ensayo, ahora en el patio de la casa: arcos y dantzari-dantza, a
esa altura comentarios sobre retención de líquidos eran emitidos sin
tapujos, lo personal bien compartido, el hipismo se profundizaba.

Sesión de fotos improvisada antes de salir, la temática: oriental.
Cuando fuimos a buscar el palo para la cinta dantza nos encontramos con
dos perdidos en Tokiochín, pero con unas cervezas en la mano, no íbamos a
decir que no…; una espera con muchos nervios, y después sí, el baile.

Se saltó y se golpeó, nos miramos y animamos. El paloteado introducía un
baile, que un poco se anudó, se trabó, se tironeó, se cortó, y con la
música de nuevo; bailar se bailó.

Bondiola, tortilla, rabas, cinzano y cerveza para aclimatarnos, esta vez
no estábamos para tomar ningún taxi, emprendimos la vuelta en tandas y
hubo prueba ruidosa de una segunda ronda de cinzano después de la
romería. El núcleo joven, ¿último el volver?, supo perder los
cascabeles, aunque al otro día cual zapato de cenicienta, alguna marca
recordó las aventuras de la noche anterior.

El domingo dos imágenes ilustraron la mañana: alguien "azucaraba" el
café con un líquido procedente de una petaca y en la última pasada de
dantzari-dantza otro hacía globito en elevación.

Vivir con otros implica respetar tiempos, compartir cuartos y colchones
(como las dos colegas que practicaron discusiones propias de un
matrimonio)…; pero también lavarse los dientes en la cocina porque la
fila para el baño se hacía larga. Incluso es resignificar o recordar
cómo habitar un espacio; el patio fue un lugar reponedor por medio de
siestas, charlas, mates, ensayos, tareas manuales y algo de folklore; no
por simple pertenencia territorial, sino por interés. Si se trata de
contextos, bailar folklore en un patio ya tiene historia (o historias) y
está de más apelar a lo geográfico.

El domingo nos apesadumbraba el regreso a la rutina porteña, y es que en
esos tres días no solo comimos y bebimos muy bien, sino que nos
sumergimos en la vida de un interior, condición que la mayoría conoce y
remite a alguna cuestión corporal-emotiva, entramos en el territorio de
la memoria. Eso puede explicar porque nos aclimatamos rápido a otro
tiempo, que no está marcado por viajes en subtrenmetrocleta, jornadas
laborales y estudio. Más simple, este grupo sabe muy bien lo que es el
chorizo seco, la siesta o la elisión de la ese; la vida en "el
interior". Lo sabe más allá de donde haya nacido cada uno, es algo
compartido que genera complicidad.

Romper con esa idea de tiempo predispone al cuerpo, así fue como en el
regreso disminuimos nuestra edad para jugar como niños y cantar
"Bartolito", aunque nuestra memoria puede fallar y Bartolito termine
siendo un sapo en lugar de un gallo.
EKIN.D.T
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